La cabaña

Shelter

No es raro verlo sentado observando el horizonte, contemplativo. Esta vez, sin embargo, tiene un aire diferente, un aura de tristeza lo envuelve. Es una escena que parece existir en un plano diferente, cercano pero inalcanzable. Sentado a pocos metros de la puerta de la casa, en el pasto, pero viviendo en un mundo lejano habitado únicamente por sus pensamientos que, a su vez, giran en torno a un único ser.

Su madre, que lo observa un poco preocupada desde la cocina, está lejos de imaginarse el porqué de este repentino marasmo. En la mañana había estado feliz, tanto como para notarlo a pesar de que nunca ha sido muy expresivo. Había estado leyendo, como de costumbre, aunque con una libreta en su mano escribiendo en ocasiones. Después del almuerzo había salido a caminar por la vereda, lo que se había hecho costumbre en el último mes. Hoy volvió más temprano y desde entonces está allí.

Todas las vacaciones llegaban a esta casa, en una pequeña zona rural lejos del ruido y el frío de la ciudad. Pronto se acabarán los dos meses de descanso. Él disfrutaba la tranquilidad del lugar, le gustaba leer y pasear por los alrededores de la casa. Hace un mes se alejó un poco más que en las ocasiones anteriores y encontró una pequeña cabaña deshabitada, que era usada por los trabajadores en época de cosecha.

Shelter

Se convirtió en su refugio, un lugar dónde olvidarse del mundo y descubrir mundos nuevos. Además, aunque no lo admitirá fácilmente, estaba fascinado por la vista: todas las tardes una niña, más o menos de su edad, se veía bailando, sola y sin música, en una casa cercana y el tenía el mejor asiento para disfrutar de la función. Todas las tardes él venía a la cabaña y, sin falta, ella ejecutaba su, cada vez más sublime, interpretación. Hay quien dice que la danza es la más pura forma de comunicación, para él sin duda era así, sentía que la conocía desde siempre a pesar de nunca haber hablado.

 Hace una semana decidió que debía hablarle, pero no sabía qué decirle. Esa aproximación sería una nueva experiencia, así que decidió planearla de manera cuidadosa. Sus palabras le parecían inadecuadas, las comparaba con aquellos personajes de novela que siempre tienen la palabra precisa para cada momento. Decidió que escribiría una carta, pero la leería al presentarse con ella. Continuaba asistiendo a la cita tácita, escribir se volvía mucho más fácil cuando la veía. Nunca parecía estar terminada.

Esta mañana decidió que estaba listo. Después del almuerzo tomó su carta y caminó, un poco nervioso, hasta la cabaña. Esperó la hora habitual pero la función, que había tenido una puntualidad ejemplar,  no empezaba. Esperó un poco más, mientras observaba la cabaña. De repente vio un pequeño papel, pegado al lado de una de las ventanas:

“Ha sido un privilegio contar con un público tan fiel. Lamentablemente la gira de verano ha terminado y debo regresar a la sede de la programación permanente, en la ciudad. Espero que, en una próxima oportunidad, pueda conocer un poco más de cerca al espectador que disfruta la danza tanto como yo.

 

A.”